Punto Impropio, de Albertina Carri

#ElParqueDesdeCasa

Operación fracaso y el sonido recobrado fue el título que Albertina Carri le dio a la exposición que realizó en el Parque de la Memoria entre septiembre y noviembre de 2015. La muestra presentó una serie de video-instalaciones que ponían en escena una memoria personal, familiar y política. Así la exposición podía leerse como una suerte de autorretrato conformado por restos y vestigios del pasado: correspondencia epistolar, fragmentos fílmicos, guiones, documentos y registros son para Carri el sustento de una política de archivos que trasciende lo biográfico para ofrecer una lectura posible de nuestra historia reciente.

Durante el año que mis padres estuvieron secuestrados, mi madre escribía cartas a mis hermanas y a mí dándonos consejos de todo tipo. A mis tías pidiéndoles que se hagan cargo de nosotras, a mis abuelos solicitándoles ayuda para que nos críen. Escribía cartas con formato de legado, escribía cartas en lenguaje cotidiano. Escribía para acortar una distancia que ella sabía, sería irreparable. Mamá era profesora de literatura y en esas cartas una de sus preocupaciones era cómo nos formaríamos en esa materia cuando ella no estuviera: en cada una de esas cartas hay un libro a leer. Esas cartas son el libro que Ana María Caruso no pudo escribir. Porque fue madre muy joven, porque era la mujer de un prometedor intelectual, porque la asesinaron con apenas 36 años. Punto impropio recorre la no-obra de mi madre y el dominio que el tratado que Ana María escribió en formato epistolar –ese no-libro– tiene sobre mi voz.

El papel es tan blanco, escribir es tan fácil…
En cuanto a los recuerdos, uno no se puede resistir a esos ojos y retornan, retornan (…).
Todo está guardado en lo profundo detrás de los párpados. Seguimos mirando toda la vida… hasta que se llena y todo empieza a bullir y a eructar, los ríos de la memoria.

                                                                                                                                          Jonas Mekas

Los restos de mis padres nunca fueron hallados, tampoco ha sucedido el juicio por su secuestro y posterior desaparición forzada, todavía no se han demostrado sus homicidios. Soy mayor que ellos en el momento de su muerte. Las cosas que he escuchado sobre ellos, las que he leído, ahora significan otra cosa, son anécdotas sobre unos jóvenes eternos. Sus textos escritos son los pensamientos de dos brillantes jóvenes que me acompañarán de por vida, como hacemos los padres y las madres con nuestros hijos. Mi padre y mi madre serán siempre lozanos, rebeldes de cabellos sueltos y ropa desaliñada, hermosos, rebosantes de esa belleza que da la juventud, y también la muerte. Ana María y Roberto, mis padres muertos, mis padres asesinados, mis padres desaparecidos, vivirán en mí por siempre. Y su enorme ausencia también habitará mi cuerpo, mi mirada del mundo, mi felicidad y mi desdicha, por el resto de mi vida.

Convivo con sus fantasmas desde muy pequeña, exactamente desde los cuatro años de edad. Creí durante casi treinta y cinco que las personas esa edad ya éramos grandes; identidades estructuradas listas para enfrentar el mundo. Hasta que fui madre y vi a mi pequeño hijo ser lo que hemos sido todos a los cuatro años. Pequeños sujetos en formación, aún balbucentes, totalmente vulnerables y extremadamente necesitados de confianza y cariño. Después de descubrir esto me hice más vieja que mi madre y que mi padre, y los recuerdos, todo eso que está guardado detrás de los párpados como dice Mekas, aparecieron, afloraron de muy distintas formas.

El objetivo de estas obras audiovisuales es plasmar ese recorrido incansable de la memoria: esa espeluznante capacidad que tenemos las personas de crecer y ser otras, cada vez. Caminar por los abismos de los recuerdos y también bailar con ellos en una danza insólita y desprejuiciada. Dejarse llevar por su influencia y apagarlos cada tanto, cuando sea necesario. ¿Se puede sofocar el recuerdo? ¿Se puede vivir sin recordar? Quizás se puedan extinguir las imágenes, borrar los contornos de las cosas, pero los sonidos que quedaron en lo profundo, detrás de los párpados, son imposibles de acallar. Los ríos de la memoria no siempre son caudalosos, pero aunque corra una pequeña línea de agua por su lecho, ella es tan obstinada que modificará la tierra en su avance convencido. El paso del tiempo surcará el cauce.

Ante los recuerdos me dispongo como ese lecho como esa tierra y los hago pueblo, brindándolos en relato. Volviéndolos experiencia de todos y no circunstancias personales.

Quiero ser ese lecho, quiero ser esa tierra, quiero contarle al mundo sobre ese poder que tiene el hecho de estar acá y seguir recordando. 

Albertina Carri

#ElParqueDesdeCasa

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