Curador invitado: Rodrigo Alonso
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El Parque de la Memoria presenta Volátil felicidad: Relatos inmateriales de los 90, una exposición curada por Rodrigo Alonso que recupera una parte de la producción performática de aquellos años. En ésta se percibe el reclamo por derechos y libertades a los que la democracia todavía no había dado respuesta (culturales, de género), pero también, los nuevos regímenes del cuerpo desligado de las violencias represivas de la dictadura, aunque muchas veces sometido a otras violencias (como las de las normas conservadoras o las del consumo). Esto sucede en un tiempo de resistencias y de cruces, que da vida a propuestas híbridas de un alto grado de performatividad, en las cuales conviven el teatro, la danza, las artes visuales, la poesía, la moda. Un tiempo en el que la felicidad se percibe finalmente como un derecho, tras la oscuridad del terrorismo de Estado y la lenta y traumática recuperación republicana.¿Es usted feliz? Cuando Alfredo Jaar hizo circular esta pregunta por las calles de Santiago de Chile, el país transandino vivía bajo un régimen de duras restricciones a las libertades sociales e individuales. ¿Cuál es el sentido de una pregunta simple en un contexto complejo? Gran parte de la fuerza política y poética de sus Estudios sobre la felicidad (1979-1981) descansa sobre este dilema. ¿Cuál hubiera sido la respuesta a esa pregunta en la Argentina de los años noventa?
Probablemente distinta, aun cuando el presidente Carlos Saúl Menem implementó políticas económicas neoliberales similares a las de Augusto Pinochet. Sin embargo, su marco fue otro. Aunque todavía frágil, la democracia se había establecido y las libertades individuales eran plenas. De hecho, éstas fueron fomentadas a tal extremo que prácticamente se desarticularon los proyectos sociales y comunitarios, y la gente comenzó a encerrarse en sus deseos personales y en el hedonismo autocomplaciente propulsado por las teorías de la postmodernidad. Así, en el imaginario colectivo, los años noventa sobreviven en el recuerdo como la era del “uno a uno”, los shopping centers, las tarjetas de crédito, el vocabulario amable de las empresas privatizadas, el consumo compulsivo y los viajes al exterior. Son los tiempos de una felicidad construida alrededor de la acumulación de bienes y el disfrute de los servicios, que ocluye el desmantelamiento de la industria nacional, el achicamiento del Estado, la eliminación de beneficios sociales y derechos laborales, la mengua de las responsabilidades empresariales. Como sabemos, esos procesos desembocan en una de las crisis sociales y financieras más profundas que haya conocido nuestro país, obligándonos a reconsiderar las bondades de la mencionada década.
Pero esa felicidad no oculta una incomodidad latente. La precarización laboral y de los servicios sociales, el aumento de la indigencia y la corrupción, la banalización del discurso político, las decisiones de gobierno orientadas a favorecer a las corporaciones y cada vez más alejadas de la gente, la anulación de ciertos logros de los años anteriores (como el Juicio a las Juntas Militares despreciado por los indultos menemistas), abonan el terreno del descontento social que empaña los brillos de una economía supuestamente próspera y un bienestar supuestamente triunfante. Muchos artistas dan cuenta de este clima en trabajos en los que no están ausentes la angustia y la desazón, amargos emergentes de una década dura y ambivalente. En vistas a consolidar la consistencia del período abordado, la exposición amplía el espectro de la época incluyendo la presidencia de Menem y sus consecuencias (1989 – 2001).
La fiesta menemista no es la única que marca con sus extravagancias el pulso de la década. También los jóvenes encuentran en las fiestas el ámbito ideal para materializar fantasías y cuestionar límites sociales. “Se bailaba, y mucho – sostiene Leonardo Aguirre –, por las ganas de dar rienda suelta a un hedonismo que chocaba con el discurso economicista de los 90s”. Cemento, el Parakultural, Morocco, Babilonia, Ave Porco, Dr. Jekill, Bolivia y El Dorado, entre otros, son los centros de esta movida que es, ante todo, nocturna. En estos espacios se generan cruces productivos entre la música, las artes visuales, el teatro y la performance. Por allí desfilan con asiduidad, Batato Barea, Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta, Mosquito Sancineto, Mónica García, Fernando Noy, Katja Alemann, Sergio de Loof, Klaudia con K, Omar Chaban, Margotita Moreyra o Peter Pank, entre muchos otros artistas, y presentan sus primeros trabajos agrupaciones como La Organización Negra y Teatro Sanitario de Operaciones. Entre los primeros, algunos performativizan sus cuerpos y apariencias, en el sentido que da a esta palabra la teórica Judith Butler: como táctica de construcción genérica y de identidad singular (no social). En otros contextos, la fiesta apunta principalmente a contrarrestar la moralidad conservadora. En Córdoba, Marcelo Nusenovich organiza Body Art, la fiesta del cuerpo (1993), Las marcas del género (1994) y La fiesta de los deseos (1994), con este objetivo.
Según sus palabras, “El ciclo festivo intentó cambiar efímeramente la cara tradicional de Córdoba, criticando la estructura con performances en torno a símbolos dominantes bastante provocativos para la época”. En Tucumán, las distintas ediciones de Tenor Grasso (1995-1999) escandalizan al público local con cuerpos desnudos, trajes extravagantes y ambigüedades varias, presentadas en sitios tan disímiles como el Museo Timoteo Navarro o un shopping center. En Buenos Aires, Ariadna Pastorino, Sebastián Linero y Cristina Schiavi organizan celebraciones del día de los muertos, y Nicola Costantino repite un festín siniestro realizado originalmente en el Museo Castagnino de Rosario. Una de las claves de la década es la porosidad entre los recintos institucionales y su exterior. Muchos de los artistas que protagonizan la movida nocturna de Buenos Aires llegan al Centro Cultural Ricardo Rojas, el Instituto de Cooperación Iberoamericana, la Fundación Banco Patricios, el Centro Cultural Recoleta, el Casal de Catalunya, ámbitos por donde circula la creación más renovadora. Pero también hay un cuestionamiento constante a las instituciones artísticas, como sucede en las obras de Remo Bianchedi, Grupo Escombros, Alfredo Portillos, Arte Trillizo, Rodolfo Bulacio, Diego Melero y Oscar Bony que se presentan en esta exposición.
En otras, la institución funciona como caja de resonancia: es el caso de la performance de Alfredo Prior sobre Marcel Duchamp, y la de Tomás Espina sobre la célebre pintura de Ernesto de la Cárcova. La opción de la calle como centro de acción encarna otra crítica a los lugares protegidos del arte; esto se observa en el trabajo de Daniel Acosta, Carlos Filomía, Graciela Sacco, Carina Ferrari, Alejandra Bocquel, Zoe di Rienzo, y en el de los colectivos Escombros, Etcétera, Grupo de Arte Callejero, Costuras Urbanas, Por el ojo, La mutual Art-gentina o La roca, entre muchos otros. En estos últimos, la calle funciona como escenario para el debate público y político. Los indultos, las privatizaciones, la precarización social y laboral, la fragilidad de la vida en la sociedad capitalista, son algunos de los puntos de partida para sus acciones altamente críticas y movilizadoras. El otro gran eje de la performance de los noventas es sin dudas el cuerpo. Este es muchas veces el aglutinador del conflicto político (Liliana Maresca, Marcos López, Juan Carlos Romero, Marta Minujín, Andrea Fasani, Marcello Mercado, Fabiana Barreda), la demanda de género (Almarmada, Zoe di Rienzo, Majo Goldín), la fragilidad y la resistencia como símbolos de la experiencia vital (Alfredo Portillos, Ar Detroy, Grupo Fosa). En otros casos funciona como soporte de una declaración cultural o estética (Marina de Caro, Perla Benveniste, Emiliano Miliyo, Tomás Espina, Mónica García, Maximiliano Rossini), o como superficie de intervención lúdica (Adriana Bianchi, Ruy Krygier). Formas curiosas aparecen en la producción de algunos dibujos de Ernesto Ballesteros, o en la práctica poética de Poesía espectacular film (1995), de Carlos Essmann, protagonizada por Daniel García Helder, Martín Prieto y Oscar Taborda.