GL: Me gustaría comenzar mapeando esta conversación teniendo en cuenta tres aspectos presentes en tu proyecto. Uno tiene que ver con el pasado reciente, ligado a un hecho traumático que relatan quienes prestan su voz y comparten sus historias, una fragilidad silenciada que necesita ser visibilizada. Por otro lado, situados en el presente, donde ese relato condensa las imágenes que atravesaron esas personas, esos cuerpos. Y por último el futuro, cuando esa voz circula y se integra en otros contextos, permitiendo la apropiación de las historias por otras personas, tocando otros espacios, otros contextos. ¿Cómo creés que esta documentación y este procedimiento pueden actuar en un sitio de Arte y Memoria como lo es el Parque, considerando que tu práctica escrita a su vez es una práctica de memoria?
DZ: Es cierto que estos relatos cuentan situaciones que sucedieron antes, que se encarnan en un tiempo presente, y que esa materialización produce efectos de ahí en adelante. Pero creo también que en esos días compartidos de hablar, escribir, corregir, imprimir, leer, repartir, tan intensos y breves, se arma una ensalada de temporalidades en la que el tiempo deja de ser lineal, o mejor dicho que el tiempo deja ver que no es lineal. Y así deja de ser personal y puede volverse común. Quizás esta mezcla temporal es una cualidad indispensable de toda práctica de memoria. Porque lo que nos sucedió nos sucede, y de ahí la necesidad y la posibilidad de inventar gestos, espacios, objetos, acciones y situaciones a través de los cuales damos forma a enseñanzas, heridas, violencias e intenciones para que puedan llegar a otrxs, para que puedan construir un nosotrxs imprevisto. Así estos encuentros y estos libros se convirtieron, según el caso, en proceso de duelo, en organización de una disputa política, en espacio de celebración comunitaria, en caja de herramientas para ver cómo seguir luego de un temblor, en regalo de cumpleaños, en ritual para juntar fuerza y cruzar una frontera. Creo que la memoria, cuando se hace práctica, deja de ser un puente al pasado y permite reunir fragmentos de tiempos diversos para componer un tiempo otro. ¿Y cómo construimos, en una época de tiempos tan acelerados e hiperestimulados, prácticas de memoria que accionen con urgencia pero sin inmediatez? ¿cómo construimos prácticas que puedan intervenir con urgencia cuando algo sucede, pero sin reproducir las temporalidades y formas de encuentro reactivas que propone la época?
Con respecto al Parque, me parece un espacio importante y agradezco que esté. También valoro que estemos pensando puntos de contacto entre el Parque y Reunión porque como bien decís, ambos son proyectos o espacios para la memoria, hacia la memoria, desde la memoria, con la memoria. Y también me parece valioso unirnos para hilar fino en algunas diferencias o problemas. Por ejemplo, el Parque es un espacio estatal y por lo tanto es un ejemplo concreto de cómo algunas prácticas de memoria, en este caso las surgidas durante y a partir de la última dictadura, son incorporadas al discurso del Estado. En el caso de las memorias que se escuchan en Reunión, son prácticas de memoria que el Estado y la historia y los medios de comunicación no cuentan, o que no cuentan todavía, o que cuentan tergiversadamente para construir un sentido común que legitime sus estructuras de poder y su uso de la violencia. En ese sentido, desde que entré en contacto con Lof Lafken Winkul Mapu y con Soraya Maicoño tengo la sensación, cada vez más clara, de que hay algunas prácticas de memoria que obturan otras. De que hay algunas construcciones discursivas que, por más imprescindibles que sean, obturan otras. Y me parece que atender a esas tensiones incómodas nos puede ayudar a hacer espacio para seguir ampliando y expandiendo lo que entendemos como memoria, como resistencia, como verdad, como justicia, como terrorismo de estado.
GL: Con el decreto de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio todo el procedimiento de Reunión se ve imposibilitado de realizar. Existe un antagonismo en su propia esencia: la urgencia en la calle, la presencia entre dos cuerpos que se encuentran y conversan. ¿Podrías contar de qué manera el procedimiento tuvo que ser alterado en el caso de Razib, Afroza y Elahi —migrantes que nacieron en Bangladesh y que ahora viven en Madrid— al no poder estar vos presente debido a la crisis sanitaria por el Covid-19?
DZ: Cuando salió el decreto, lo abrí y lo leí. Luego abrí el procedimiento de Reunión, partí la pantalla de la computadora y los puse al lado. Los miré simultáneamente. El yin y el yang. Imposible. Nada de lo que hace Reunión se podía hacer. Dije, bueno, después de cinco años de tanto movimiento llegó el momento de bajar un cambio. Me costó pero lo decidí y traté de sostener esa decisión. Y una mañana Ana Longoni me llama y me cuenta que un migrante de Bangladesh había muerto de coronavirus, en su casa, después de llamar a los servicios de salud y emergencia por seis días. Que no hablaba bien español y entonces no se había podido entender con quienes atendían los teléfonos. Que en seis días nadie lo había asesorado ni lo había ido a ver. Que la comunidad estaba tratando de entender y de dar a conocer lo que había sucedido. Yo iba a estar en Madrid en esos días y me tuve que volver de urgencia de un día para el otro, así que de alguna manera mi cuerpo había quedado dividido entre acá y allá. Y se nos hizo evidente que hacer un libro podía servir. Yo les dije que por supuesto que contaban conmigo, que los ayudaba en lo que pueda. Yo en serio sentía que eso no era parte de Reunión simplemente porque ninguno de los pasos del procedimiento se podía llevar a cabo. Así que creo que les dije literalmente eso, “lxs ayudo”, que ahora que lo pienso me parece horrible, porque justamente este proyecto se trata de buscar tecnologías de reciprocidad, nunca queda claro qué estamos dando, qué estamos recibiendo, qué conocimientos se están juntando, qué reverberaciones vamos a producir juntxs. Pero bueno, empezamos. Decidí que escribamos por teléfono, ni videollamada ni imagen, solo voz. Fue una reafirmación de una fe constitutiva de este proyecto: que las voces transportan presencias. Cuando hice el primer llamado automáticamente me puse a escribir a mano, que es lo que siempre hago. Pero lo sentí raro, porque lo de que se escribe a mano y que está prohibido grabar sirve para que la otra persona vea cómo las palabras que va diciendo se traducen a escrito en el momento, para que el cansancio de la mano después de escribir varias horas le haga saber a la otra persona que lo que está diciendo es importante y que está siendo escuchada con atención, para que esos dos cuerpos dejen por escrito esa oralidad sin tener un aparato en el medio. Bueno, claramente nada de eso estaba sucediendo. Así que agarré la computadora y me puse a tipear. Y me pareció todavía más estúpido. Y ahí le pedí a Elahi que pare de hablar, que me dé unos minutos para entender cómo hacer. Cortamos y ahí entendí que lo tenía que grabar, que la intensidad de mi cuerpo tenía que estar completamente absorta en la escucha, como si de esa manera mi cuerpo pudiera viajar hasta España y estar sentado al lado de la persona que hablaba. Lo volví a llamar y seguimos de esa manera y ahí sí. Hice algunas preguntas y emití algunos sonidos onomatopéyicos para acompañar a la otra voz, para hacerle saber que seguía ahí, escuchando. Porque no hago preguntas pero siempre siempre muevo los hombros, hago muecas, gestos, me río, me tambaleo… y todo ese lenguaje del cuerpo, esa suerte de coreografía de compañía para la voz que habla, ahora pasaba a ser sonido, sonidos del otro lado del teléfono. Cuando terminó desgrabé el texto bien rápido, me daba abstinencia que lo que me acababan de decir no estuviera escrito. Respeté como siempre las inhalaciones para el corte de verso, y una vez que lo terminé, borré el archivo de audio. La computadora me preguntó, “¿Está seguro de que desea borrar el archivo?”, no estaba seguro pero rápidamente puse que sí y escuché el sonido que hace la computadora cuando un archivo es enviado a la papelera de reciclaje. En ese momento entendí que lo que estaba haciendo sí era Reunión y me sentí mal por haberme pasado tantos días pensando si eso “iba a ser parte de la obra” o si “me estaba auto-explotando en un momento en que necesitaba frenar” o si “estaba traicionando al procedimiento al sumarle todas esas limitaciones ajenas”. El procedimiento es lo suficientemente específico para ser siempre el mismo y lo suficientemente versátil para poder escuchar las situaciones en las que se mete y a partir de ellas cambiar lo que haga falta. Y ahí empecé a hacer los otros llamados, a Afroza, a Razib, y me conmovió escuchar la voz de una comunidad migrante que reconoce a la lengua como una cuestión de vida o muerte, la voz de una comunidad migrante que a partir de la muerte de un paisano dijo basta y empezó a organizar una disputa por el derecho a vivir en su lengua. La forma en que estas personas me hablaban de su lengua… la forma en que me contaban que los movimientos por la lengua que su pueblo fue armando lxs acompañan donde sea que vayan… la forma en que decían, con toda simpleza, que la lengua es una forma de vivir. Estábamos unidxs, estábamos cerca, más allá de cualquier decreto, más allá de cualquier limitación lenguajística, más allá de cualquier distancia geográfica.
GL: ¿Cuales son los aspectos que problematiza y de los cuales se ocupa Reunión? ¿En qué crees que hay que continuar insistiendo y qué aspectos deberían modificarse frente al miedo que actualmente se propaga: al espacio público, a lxs otrxs, a la presencia física? Por último, ¿qué sucede con esos cuerpos que se juntan y traducen materialmente Reunión en relación a las “Ediciones Urgentes” que aquí presentamos?
DZ: Es extraño, a veces cuando hablamos de lo que problematiza una obra nos referimos a lo que nos preocupa y a veces a lo que nos fascina, ¿no? Y de a ratos lo que nos preocupa y lo que nos fascina se juntan. Y quizás eso es lo que pasa en estas “Ediciones Urgentes”. Pero empecemos desde el principio. Reunión comenzó siendo al azar, invitaba a escribir a cualquier persona, de cualquier edad, de cualquier lugar. El procedimiento empezó ocupándose de fascinaciones e intrigas: ¿cómo se escribe de a dos? ¿cuál es el grado cero de un libro? ¿qué relaciones se dan entre cuerpo y escritura? ¿cómo marear la noción de autoría? ¿qué diferencias hay entre hablar y escribir? La fascinación de ver palabras cambiando de materialidad al atravesar cuerpos, las ganas de escuchar y dejarse enseñar, la excitación de imprimir y regalar sin pedir permiso, la fe en que los libros transportan presencias y que los encuentros que suceden entre persona y libro son tan valiosos como los que suceden entre persona y persona, la emoción de entablar amistades duraderas con personas desconocidas, la convicción de que el conocimiento que nos llega no alcanza y hay que salir a buscar otros.
En 2017 el procedimiento ya estaba funcionando, los pasos a seguir estaban pulidos, los libros funcionaban por sí mismos, las rondas de lectura se prendían fuego. Y la cosa se empezó a poner cada vez más tensa: Macri, Temer, Trump, terremotos, éxodos, doctrinas represivas, desapariciones forzadas… y fue inevitable empezar a usar este procedimiento para intervenir en situaciones concretas, y a veces con objetivos bastante concretos también. Eso implicó asumir otros riesgos, equivocarse más seguido, entrar en tensión con muchas de mis propias visiones de cómo hacer arte y sacar a la superficie nuevas contradicciones. Y esas contradicciones resultaron ser maestras, motorizaron mucho más de lo que paralizaron, y fueron trayendo incomodidades que dieron mucha data de cómo y por dónde seguir. De alguna forma extraña, recién cuando el procedimiento se metió con problemáticas muy reconocibles a simple vista como “políticas” fue que entendí que la politicidad del proyecto, desde el principio, radica en una serie de decisiones formales que hace que estos libros y estas situaciones se hagan de una manera y no de otra. Una serie de decisiones que aparecen como limitaciones y que son forma: se escribe con personas desconocidas, nada se graba, se escribe a mano todo lo que dicen, no se hacen preguntas, no se saca tema, no se edita posteriormente, los libros se presentan en la calle, se leen en voz alta y se regalan.
Pero bueno, es evidente que en las “Ediciones Urgentes” pasan a primer plano una serie de problemáticas que no eran nuevas hace tres años, que no son nuevas ahora, y que cada vez se exacerban más: la construcción de enemigxs, el despliegue de políticas del miedo que legitimen esa construcción, el destierro del cuerpo físico ante la hiperestimulación informática, la embestida contra el espacio público, contra toda visión de lo público, contra toda forma de encuentro u organización comunitaria o colectiva. Podríamos seguir la lista por horas. Y la cuestión es que estas estrategias que va adoptando y recrudeciendo la gestión neoliberal de la vida producen (y se sostienen en) violencias estructurales, que de alguna forma condicionan a la sociedad toda, pero que están claramente dirigidas de forma directa a grupos de personas, a formas de vida y a territorios concretos. En las “Ediciones Urgentes” Reunión se acerca a algunas de estos territorios, a algunas de estas comunidades, a algunas de estas personas. No solo para materializar una forma de contarlas o visibilizarlas, sino también, y sobre todo, para proponer una serie de prácticas conjuntas, encuentros íntimos y situaciones públicas donde volver a atravesar lo que pasó, entender lo que pasa, escucharlo, organizarlo, darlo a conocer, moverlo, desarmarlo, conjurarlo.
Es imposible hablar de estas personas, de estas comunidades y de estas situaciones de forma general, cada una es muy valiosa y particular, así que es mucho más enriquecedor abrir los libros y escuchar sus voces que leerme a mí hablando sobre ellas. Pero para tratar de contestar a tu pregunta por los cuerpos en estas últimas ediciones, si algo me queda claro es que ya no es posible negar la violencia, que no es posible hablar de “no violencia” en un mundo como este, y que entonces se inventan constantemente formas de dar vuelta las violencias estructurales y volverlas otra cosa, violencias resistentes, contra-hegemónicas, reparatorias, defensivas, que preserven y reproduzcan vida. Muchas de las personas y las comunidades que hablan en estos libros lo están haciendo. Y lo pasan por esta especie de máquina hecha de sustancias frágiles, y atraviesan cuerpos, voces, papeles, palabras, encuentros, con el deseo de construir otras memorias, otras justicias, otras imaginaciones.